Skip to main content

Debe ser por la iniciación en la aplicación del coaching y la terapia transpersonal el que surja esta reflexión… o quizá porque estoy sumergida en esta reflexión es por lo que me he iniciado en la aplicación del camino transpersonal.

Quizá te haya pasado a ti también o hayan emergido de tu interior preguntas tales como ¿quién soy yo en realidad?, ¿qué hago aquí?, ¿cuál es mi camino?, etc. Cuando esta “llamada” llega, a veces la vivimos como un “estar perdid@s”, como un “cruce de caminos”, como un replanteamiento de todo lo que pensamos, sentimos e incluso de lo que hacemos o de lo que nos rodea.

Esto, en lo más profundo, responde a una necesidad del alma y, finalmente, a un propósito del Espíritu. Y no me refiero a conceptos religiosos o teológicos, ni mucho menos. Me refiero a los fractales de nuestro YO que necesitan reintegrarse para encontrar una mayor plenitud.

Nuestra psicología implica necesariamente una fragmentación ya que, debido al proceso de individuación que experimentamos en edades tempranas (0 – 7 años principalmente), vivimos la experiencia como la “división” entre el entorno, el tú y el yo. Se da esto necesariamente cuando el bebé empieza a ser consciente de que se ha separado física y biológicamente de la madre y sus necesidades no son cubiertas antes de sentirlas. Empezamos a sentir necesidades, físicas primero y emocionales después, y aprendemos o desarrollamos estrategias para poder cubrirlas no sin antes pasar por una frustración.

A medida que pasa el tiempo, esas estrategias que de niñ@s nos salvaron, se convierten en nuestro personaje, en nuestra manera de estar en la Vida. Por otro lado, algunas de nuestras características son relegadas al sótano de nuestra mente, al inconsciente, para, desde ahí, gobernar a veces nuestra vida diaria. Desprendernos de nuestra máscara, ver la sombra o lo escondido, hacer consciente lo inconsciente, desarrollar este testigo neutro que nos observa sin juicio, nos pone en el camino de la integración del YO y de hacer brillar nuestros fractales.

Lo más transpersonal está en lo más profundo de nosotros mismos. Como si de un volcán se tratara, la mayor fuerza está en la cámara magmática, en nuestro yo más profundo. Tras una intensa sensación de vacío o una necesidad imperiosa de “encontrarse”, se abre una grieta y algo sale hacia fuera. La conexión y el poder con la que aparece nuestro YO más esencial, nos permite integrar partes de nosotros mismos olvidadas, haciéndonos sentir liberados y más plenos, transformándonos y haciéndonos crecer sintiendo cohesión interna y autenticidad, aunque deje alterado todo a nuestro alrededor.