Hoy me han hecho un regalo hermoso. Un cliente, al terminar un ejercicio dentro de una sesión, me ha dicho: “tus ojos, lo que transmite tu mirada, es como una luz láser que ilumina aquello que quiere ser visto. Una vez que llega esa luz, yo puedo verlo, sentirlo, comprenderlo y todo cobra sentido”.
Y es que, cuando uno se pone al servicio de la otra persona, todo fluye y tiene sentido, tanto para el otro, como para mí.
¿Qué es eso de tener sentido? Que algo tenga sentido no es que lo entienda desde el intelecto, no es que la comprensión lingüística llegue, es más bien un sentir del alma. Es un sentir más grande, un saber que todo está en el mejor lugar que puede estar con el nivel de conciencia y comprensión de aquí y ahora. Y también un saber hacia qué otro lugar la Vida nos pide que vayamos.
En la etapa adulta, tomamos una dirección y encontramos el sentido en los distintos ámbitos de nuestra vida. Nuestro trabajo o profesión tiene sentido para nosotros porque nos aporta aprendizajes, nos presenta los proyectos oportunos para que podamos descubrir y desarrollar nuestras capacidades, nos permite darnos cuenta de nuestros miedos a los nuevos retos, vivir nuestras dinámicas en relaciones con compañeros o jefes, despertar nuestra curiosidad y detectar necesidades y/o aspiraciones.
Nuestra vida en pareja tiene sentido en una etapa de nuestra vida (que puede ser corta o larga) porque es la relación que nos posibilita llegar a un grado de intimidad emocional tal que podemos darnos cuenta de nuestra luces y nuestras sombras; nos muestra la capacidad que tenemos de amar y ser amados, nos evidencia posibles carencias afectivas y lo que creemos que es nuestro grado de merecimiento; nos amplía la mirada empática y compasiva por esa persona tan especial y, por tanto, nuestra capacidad para con cualquier ser humano; nos brinda la oportunidad de construir un proyecto mayor, que nos trasciende, y una visión de Vida.
Nuestros grupos de amigos tienen sentido ya que éstos nos hacen sentir que pertenecemos a la tribu, nos conecta y podemos compartir, reír, llorar, avanzar en las relaciones sociales, así como expandir nuestra red y enriquecernos con el intercambio variado y diverso e incorporamos vivencias que no se pueden dar dentro de nuestras familias.
Mientras estamos en un trabajo, con una pareja o en un grupo de amigos, todos y cada uno de nosotros vamos aprendiendo a estar en la vida, incorporamos lecciones, desarrollamos talentos, descubrimos gustos, vivimos experiencias y vamos cambiando, evolucionando. A medida que vamos avanzando, lo que nos hace sentido también cambia. Puede que, en un momento dado, no sintamos plenitud en el trabajo, no veamos de la misma manera ese proyecto mayor que hemos empezado a construir con nuestra pareja o no percibamos a los amigos como aquellos con los que vibrábamos tan en sintonía en otro tiempo.
Y llega una “crisis”, unas preguntas, unas necesidades nuevas… El entorno es aparentemente el mismo y nosotros ya no. Si seguimos el curso de la Vida, cuando nos tironea hacia otro lugar mientras vivimos momentos de gran inestabilidad y esperamos que su brújula nos muestre de nuevo el Norte, podemos llegar a sentir miedo a perder lo conocido debido al apego que tenemos; incertidumbre ante lo inexplorado y/o culpa por creer que, al movernos a otro lugar (interno o externo), estamos rechazando o siendo desleal y dejando atrás una idea, una persona o un grupo. Sin embargo, la sensación de que lo actual ya no tiene sentido para nosotros, para nuestra alma, es abrumadora. Esta dicotomía, este malestar producido por la división interna, es la antesala de un salto cuántico en nuestras vidas. Al dar el salto y seguir de nuevo la brújula de la Vida, ésta vuelve a cobrar sentido y, eso, no se entiende, se SIENTE.