“¿Por qué se repite la historia?”; “¿De dónde ha surgido esto?”; “Lo que me has dicho me duele”; “Sabes que esto me enfada”; “No entiendo porqué siempre te pones así”; “No me entiendes cuando te hablo” …
Todas estas frases y muchas otras nos acompañan diariamente, en todos los ámbitos y, realmente, no sabemos exactamente de dónde vienen o, mejor dicho, cuándo aparecieron por primera vez.
De una forma muy resumida, podríamos decir que, en la infancia temprana, necesitamos aprender mecanismos que nos permitan sobrevivir ya que tomamos conciencia de que no estamos unidos/as a nuestra madre como lo estábamos en el vientre materno. Tomamos conciencia de nuestra separación. Según las vivencias que tenemos y nuestra manera de interpretarlo, empezamos a construir unas creencias basadas en nuestras experiencias: si no hago ruido y soy buen@, noto que me dan muestras de cariño; si hago todo perfecto, me felicitan; si ayudo a mamá, me abrazan o me dan besos; si hago algo con lo que la gente de mi alrededor se ríe, me hacen caso; etc. Y así un sinfín de “explicaciones y conclusiones” sobre lo que observamos a nuestro alrededor.
De esta manera, empezamos a desarrollar estrategias, repetimos conductas y, viendo los resultados que nos dan, lo repetimos una y otra vez hasta que forma parte de nosotros de una manera tan arraigada que ya no nos damos cuenta de que están ahí. Así, en nuestra etapa adulta, mostramos nuestra personalidad y nuestro carácter, nuestra máscara ante el mundo.
Por eso, cuando uno se atreve a preguntarse porqué nos pasa repetidamente lo mismo o nos arriesgamos a decir, ¿qué es lo que me pasa a mí con esto?, es cuando damos el primer paso hacia el autoconocimiento. En este viaje, nos embarcamos en la profundización de nuestra psique, en la comprensión de nuestra personalidad, en la mirada compasiva hacia nosotros mismos y nuestras figuras parentales y en la deconstrucción de nuestras creencias limitantes y posterior transformación y resignificación de experiencias pasadas.
Este viaje trata de desaprender para volver a aprender. Y es doloroso a veces, difícil otras, confrontativo, ya que vamos a conectar con nuestro niñ@ interior, el que tuvo que sobrevivir emocionalmente con esas estrategias y que está dolid@, herid@ o enfadad@.
Una vez que lo vemos y abrazamos a nuestro niñ@ interior desde nuestro adult@, nos hacemos responsables de él o de ella, comenzamos a sanar. Esto supone una gran liberación, un gran cambio interno y externo además de un crecimiento exponencial. Un camino de no retorno.
Conocer nuestro interior supone redescubrir, resignifcar, reconstruir, reconectar, responder, responsabilizarse, recoger, resurgir y RENACER.