Skip to main content

A lo largo de mi vida adulta, tanto en el ámbito personal como profesional, he visto y vivido momentos de resistencia a dejar salir o expresar lo diferente, miedo al cambio, renuncias a sueños o anhelos, deseos frustrados, etc.

Muchas veces las limitaciones externas (económicas o sociales) eran las que marcaban la pauta y, otras, era yo misma la que inconscientemente me limitaba.

¿Quién no ha vivido o sentido alguna vez malestar o frustración porque queríamos hacer o decir algo que sabíamos se sale de lo aceptado o establecido?

Y no hay que irse a temas trascendentales o de gran alcance, no. El simple hecho de tener mandatos familiares tales como: “Aquí se come a las 15h (aunque tengamos hambre antes)”; “Nuestra familia siempre ha estado unida en momentos difíciles (aunque no se respete que algún miembro no sea capaz de sostenerlo en ese momento)”; “Los domingos se come paella (aunque no me apetezca)”; “En vacaciones tenemos que guardar días para ir al pueblo/a visitar a…(aunque yo quiera elegir mis destinos en mis días libres)” o, “En Navidad la familia siempre se reúne en casa de…(aunque esta vez me apetezca recibir en mi casa a mis seres queridos)” nos hace tener unas normas entendidas como tradiciones que nos permiten asegurar el sentido de pertenencia y, por tanto, cubrir esa necesidad vital de pertenecer al sistema y, por otro, nos limita en nuestras ideas, maneras de hacer y deseos.

Si nos vamos al entorno organizacional, podemos encontrar: “Aquí siempre se ha hecho así (aunque se vea la oportunidad de mejora)”; “Hay que estar disponible siempre por si acaso (a costa de renunciar a nuestro tiempo libre o de descanso)”; “Las reuniones internas no son tan importantes (aunque son el medio para identificar puntos de optimización de procesos)”; “Aquí se viene a trabajar (no teniendo en cuenta las relaciones humanas)”; “Aprende de Fulanito que siempre está en la oficina (aunque no necesariamente sea productivo)”; “El cliente SIEMPRE tiene la razón (a pesar de que son personas que también se equivocan)” o “El buen profesional ve oportunidades en la adversidad (aunque esa adversidad puede ser a veces la transgresión de un límite)”. En este ámbito, las normas establecidas proporcionan, por un lado, un orden en los procesos (no necesariamente eficientes y eficaces), un orden del sistema (no solo el del organigrama) y el seguimiento de principios rectores y, por otro lado, constriñen la creatividad y la evolución a la velocidad adecuada para estar en sintonía con lo más vanguardista de la sociedad y los mercados.

Cuando la conciencia individual va “en contra” de estas normas o mandatos, nos encontramos en la tesitura de quizá tener que elegir entre ser fiel a mis deseos, ideas, necesidades a riesgo de “romper” lo establecido; y entre ser fiel al sistema (familiar, amigos, organizacional) a costa de aquietar mis propias inquietudes y voluntades. O quizá nos encontremos en la necesidad de desarrollar una estrategia para cubrir parcialmente ambas opciones.

Este conflicto nos pone en evidencia que todo sistema se rige por los principios sistémicos de permanecer inalterado (que siempre siga todo igual), permanecer completo (incluir a todos), ser previsible (todos los días así, todos los domingos de tal forma, todas las Navidades similares, etc.) y cumplir su destino, la función para la que fue creado. Pero entonces, ¿cómo evolucionamos? ¿cómo cambian las familias, grupos u organizaciones? Ese es el rol del futuro emergente… ese futuro que necesita de mí para que se manifieste.

En un momento dado, esa voz dentro del sistema que propone cosas nuevas, que habla de otras maneras de hacer, de otras ideas, de otras normas que permiten evolucionar, que dejan avanzar al Ser humano, que nos proporciona la oportunidad de seguir el transcurso de la Vida, aprendiendo, comienza a emerger. La/s persona/s que toman esa voz en ese momento, se atreven a “romper” moldes, a expresar lo diferente y siembran una semilla muy valiosa: la de la evolución y la de la satisfacción personal por ser fiel a sí mismos; y pagan un cierto precio, desde la pequeña culpa por la deslealtad, la de la soledad del incomprendido/a y, a veces, hasta la exclusión del sistema.

Y este es el camino de la Vida… ¿tú dónde sientes que estás? ¿y a dónde quieres llegar?