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En muchas ocasiones nos encontramos con situaciones inesperadas que nos obligan a cambiar los planes. Nadie está exento de imprevistos, circunstancias fuera de nuestro control o de cambios físicos o de ánimo que nos paran y nos hacen replantearnos prioridades y agenda.

Sin embargo, el hecho de que esto sea una realidad y que tengamos derecho y sea sano el autocuidado y pensar en nosotros mismos, no nos exime de tener en cuenta al otro si es que éste se ve afectado por nuestros cambios de pensamiento, prioridad o plan.

Por ejemplo, cuando alguien ha organizado su día para tener todo listo y así disponer del tiempo necesario para un encuentro con algún/a colega, amigo/a o pareja y se encuentra con ausencias sin explicaciones, no respuestas (semi-ghosting, ghosting o gaslighting) o cambios que no se comunican, la persona puede sentirse muy confusa, desconcertada y dolida.

Los siguientes ejemplos pueden servir para entender diferentes situaciones o niveles que impactar en las emociones de la otra persona.

Una persona organiza un encuentro y espera ilusionada a que se dé. Sin embargo, una de las asistentes, escribe con poco tiempo de antelación al momento en que se supone es la cita:

– Tengo mucho trabajo por adelantar y estoy que no me da la vida.

 – No te preocupes, ya hablamos – contesta la organizadora.

Otra, un poco más tarde, dice:

– Me he liado con la familia, la verdad es que no sé ni cómo se me ha hecho tarde. Si acaso luego te llamo.

 – No pasa nada, tú me avisas y, si puedo, hablamos luego – contesta la organizadora.

Una tercera persona, comenta:

– Ha sido una semana tan difícil que ahora me ha dado el bajón y me duele la cabeza. Prefiero descansar.

 – Vaya… Cuídate y que te mejores pronto – contesta la organizadora.

No digamos si vamos ya al terreno profesional o al íntimo personal. Por ejemplo, si alguien contacta y acuerda con un/a colaborador/a la participación en un proyecto. Definen funciones, reparten tareas, comparten ideas, etc. y llegan a acuerdos. Una de las personas hace su parte, trabaja, materializa ideas, escribe, diseña, gasta tiempo y dinero, etc. Y la otra persona recibe esa información y dice:

¡Estupendo! Ya lo miraré detenidamente y te mando mi parte.

La persona espera esa contestación y, pasado un tiempo, comprueba que nunca llega, ni siquiera una respuesta dando una explicación sobre el incumplimiento del acuerdo. Nada. Silencio por respuesta.

O, por ejemplo, en el terreno afectivo, imaginemos que una persona quiere una conversación profunda, importante para la relación y la pareja verbaliza incluso que quiere también hablar. Sin embargo, pasan los días o las semanas y, por trabajo, por cansancio, por llamadas de otros, etc. esa conversación no se da y no se tiene explicación sobre ello. Día a día ese “asunto inconcluso” hace mella en ambos y en la propia relación puesto que hubo una necesidad expresada y no cubierta sin una razón aparente.

¿Qué está pasando? – Se pregunta la persona.

Su cabeza puede que conteste rápidamente: «No soy lo suficientemente importante para ellos»…o, «Mi plan no era tan divertido al parecer “. o, «No soy su prioridad y para mí si lo era», o, «Pues nada, otra vez igual… no sé porque no hablamos como quedamos, ¿será que no lo decían en serio?»…

Es decir, sin una explicación mayor, puede uno mismo decirse una y otra vez «yo soy el problema» o «yo no soy suficiente»…

Y NO, no es cuestión de hablarse así más tiempo. Así que…

¿Qué está pasando?

El modelo social nos tiene “secuestrados”. Haz esto y esto otro y lo de más allá. Compra, compra que lo vas a necesitar. Vete rápido que no llegas (¿a dónde?) Y, por supuesto, horas al móvil o viendo la televisión porque si no, no reconoces los memes, las historias o no participas de conversaciones de bar.

Además, estas “prisas” nos impiden conectar con nuestras propias emociones, identificarlas y detectar nuestras necesidades. De esta forma, difícilmente podremos estar para otros y, mucho menos, tener en cuenta el impacto que nuestras palabras, acciones o inacción tiene en nuestro entorno o en nuestros seres queridos y amistades. La falta de conciencia sobre nuestro estado mental y emocional, la falta de tiempo de calidad y de atención a lo importante, las relaciones humanas, nos hace caer muchas veces en la irresponsabilidad afectiva.

La responsabilidad afectiva tiene que ver con una plena consciencia de las decisiones que tomamos en relación con otros y su posible efecto sobre los demás. Ser responsable afectivamente implica entonces hacernos cargo de nuestras propias emociones y actos en nuestras relaciones. Responsabilizarnos con los demás y con nosotros mismos facilitará la manera como desarrollamos nuestra vida emocional.

Algunas de las claves para nuestra responsabilidad afectiva pueden ser:

  • Establecer una comunicación clara y honesta a la hora de decir nuestra forma de ver las cosas, de mostrar cómo nos sentimos con respecto a determinadas actitudes, acciones o circunstancias, es importante sentar las bases para poder expresarnos cómodamente.
  • Asumir las consecuencias de nuestros actos: parece algo obvio y, sin embargo, no lo es. Muchas veces no somos verdaderamente conscientes de que lo que hacemos puede afectar a otros. A nivel emocional, por ejemplo, algunas actitudes o actos pueden causar en los demás desde falsas ilusiones hasta alegrías genuinas. En cualquier caso, debemos asumir y, sobre todo, asimilar los efectos de lo que hacemos.
  • Poner sanos límites: los límites en las relaciones interpersonales son fundamentales para una afectividad sana y de reciprocidad. La ausencia de estos puede generar problemas de mayor magnitud.
  • Cuidado mutuo: la responsabilidad afectiva implica el cuidado mutuo. Cuidar al otro no significa que uno deba hacerse cargo de las emociones del otro. Si la claridad y la comunicación han sido efectivas, cada uno debe responsabilizarse de sus emociones y también de no ocasionar un impacto negativo en el otro.
  • Validar al otro: Impedir que el otro exprese o no validar sus emociones son prácticas que deben evitarse para generar armonía en una relación afectiva.
  • No engañar: el engaño es una conducta que incluye muchas cosas, por lo que hay que ser conscientes del impacto que tiene tanto ocultar emociones propias como generar en la otra persona expectativas que no se sabe o se duda sobre si se cumplirán. Intentar ser coherentes y sinceros es siempre recomendable, especialmente para nuestro propio bienestar.