Fiel compañera, maestra sabia, tierra fértil, susurros del alma.
La soledad, ya sea elegida o sobrevenida, siempre nos acompaña. Y, aunque no es lo mismo sentir soledad que estar solos, normalmente se asocia a la falta de compañía.
La soledad sobrevenida suele costar más ya que, o no hemos tenido suficiente tiempo parar prepararnos, o ni siquiera la veíamos venir. Desarrollar durante ese periodo habilidades para conectar con nuestro YO esencial y darle un sentido a la situación, suele ser el camino más fructífero.
La soledad que más duele suele ser la que sentimos internamente aún estando en compañía de otros. Quizá nos genere confusión ya que no hay razón lógica para sentirnos así dado que estamos rodeados de personas. Esta confusión que sentimos por la incoherencia entre lo de afuera y lo de adentro probablemente nos haga sentir intranquilidad. De ahí surge a veces una fuerza que nos mueve hacia una soledad elegida, esto es, ausencia de compañía. De esta manera quizá nos es más fácil integrar lo que ocurre y sentir la coherencia que nos faltaba y así ganar tranquilidad.
En todos los casos, la soledad es una maestra y un camino para recuperar partes de nosotros que han sido olvidadas. Cuando sentimos soledad, la necesidad de compañía, calor, comprensión, etc., aparece con más fuerza. Si no tenemos a nadie alrededor que nos pueda cubrir, al menos en parte, esas necesidades, sólo nos queda darnos a nosotros mismos lo que nos hace falta.
En ese momento, nuestro YO busca internamente aquellas facetas o partes nuestras que pueden venir en nuestra ayuda: un YO adulto que nos cuida dándonos un baño de sales, un YO divertido que nos anima cantando a pleno pulmón una canción, un YO sereno que nos tranquiliza proporcionándonos un rato de meditación, un YO compasivo que nos escucha permitiéndonos llorar y soltar todo lo acumulado, etc.
Cuando paso a paso vamos cubriendo nuestras necesidades identificadas, vamos cogiendo fuerza y podemos sentir otra vez conexión con nosotros y con el mundo. Atravesando momentos de soledad, plantamos en tierra fértil recursos propios, aprendemos más de nosotros mismos y aceptamos su compañía como algo fiel y hasta valioso.
Tras un periodo de soledad, podemos llegar a percibir la amistad tiene otro color, a ver a la familia con otra perspectiva, a valorar un café, a apreciar un mensaje o una llamada, a ser consciente de lo que nuestra pareja nos entrega, etc. De la misma manera, nosotros podemos llegar a entregar a los demás más conscientemente todo lo que esté en nuestra mano ya que nos percatamos de que el otro puede llevar a su propia soledad al lado.
La próxima vez que sientas soledad, no trates de “taparla”, escúchala, atraviésala y aprende de ella. Tras ese periodo, todo lo demás puede cobrar un nuevo sentido y podemos verlo incluso como algo de mucho más valor. Nacemos solos, morimos solos y sólo durante momentos fugaces de la Vida alguien comparte con nosotros tramos del camino.